lunes, 6 de febrero de 2017

Restaurante Mamarracha

Miércoles y nueva jornada gastrogórdica. En esta ocasión nuestros pasos se encaminaron el casco antiguo. Ya es conocido que "a la oveja negra , el lobo es la primera que ve", por lo que teníamos claro que en esta ocasión elegiríamos un local perteneciente al grupo ovejas negras. Si bien nuestra primera intención era acudir al local que da nombre al grupo, por cuestiones de logística, acabamos por decidirnos por la Mamarracha. Estos paseos calle arriba, calle abajo, siempre a la sombra de la giralda, no pudo más que traernos al recuerdo la de pasos perdidos que contará esta calle. Arteria principal del mercado de sedas musulmán seguro que la zona rebosaba vida. Una vida que, dulce ironía por el nombre actual de la calle, al descubrirse América, se alejó del casco antiguo hacia el Arenal dejando la zona casi olvidada. Sin embargo una nueva vida vuelve a fluir al barrio. Aunque poco a poco, en sintonía con la estrechez de la antigua calle de Tundidores. Así como el tundidor embellecía el paño recortando e igualando el pelo del mismo, los chefs del grupo, Juan Manuel García y Genoveva Torres, están afinando el arte de la nueva gastronomía en nuestra ciudad. No ya solo a través sus locales sino mediante nuevas iniciativas como los cursos de cocina de carácter profesional aunque abiertos a público en general. Se ve que no han olvidado su paso por los fogones de Ferrán Adriá.




Ya entrando en el local el mismo recuerda más a los corrales de la edad media que a las viejas tiendas del zoco árabe. Una zona inicial en L donde puedes esperar tu turno o bien comenzar a degustar las propuestas del local. Si bien la carta es invariable en ambas zonas los ilustres gastrogórdicos nos decidimos por el salón interior para reposar tranquilos de una extendida cena ya que María e Iván, alegando cansancio, nos permitieron liberarnos de la tiranía del reloj. La ambientación del local no nos resultó impresionante, más bien parca en detalles solo destacaríamos un mural vegetal y unas curiosas figuras doradas de saltamontes en la pared aneja. Como indicó Marga parecía que la ausencia de María, lo movida de la búsqueda y la carta no presagiaban nada bueno. Si bien, ya metidos en harinas, el listado de platos que degustamos fue el siguiente y puedo adelantaros que no nos arrepentimos:
Un vistazo a la carta.
Paté de berenjenas ahumadas con ras el hanout. Plato muy sabroso preparado a las brasas como todos los incluidos en la carta. Servido con panecillos de untar tiene un potente sabor a berenjena sin apenas rastro de ahumado. Plato muy festejado por los comensales.
Paté de berenjenas ahumadas con ras el hanout.
Paparracha: Patatas fritas, panceta ahumada, cebolleta fresca y queso fundido. Y es que no nos podemos resistir a unas patatas fritas esté Iván o no sentado a la mesa. No obstante aprovechando la ausencia las pedimos con queso. El corte fino de las patatas, su punto de elaboración y el sabor de la panceta casan perfectamente el plato. Una rica manera de comenzar la cena.
Paparrachada.
Focaccia con secreto ibérico macerado con kimchi y ensalada fresca de hierbas aromáticas. Lo peor del plato fue tratar de compartirlo ya que el mismo se nos desmontó. La ensalada de hierbas, entre las que creí identificar el hinojo, no desmerece aunque como comentó Jesús tal vez era como dar un bocado de selva. Huir los alérgicos al verde que el secreto es un anzuelo aunque atrayente y de sabor suave.
Focaccia con secreto ibérico macerado con kimchi y ensalada fresca de hierbas aromáticas.
Tataky de atún rojo pack-choy, judías verdes y salsa Teriyaki. Aunque de habernos acompañado Eva y Manolo no habrían dejado pasado la oportunidad de recordarnos que no es época de atún. Los filetes de atún habían recibido la cantidad justa de calor a las llamas de las brasas dejando convenientemente crudos el corazón de cada pieza. El marinado de vinagre y jenjibre casan a la perfección con el toque fresco que dan las judías verdes al plato. No puedo negaros que nos sentimos como esos antiguos pescadores que según la leyenda desarrollaron esta técnica de cocción para evitar la prohibición vigente sobre los pobres de comer pescado crudo (sashimi) solo apta para el consumo de ricos. Un plato aparentemente sencillo pero bocado con encanto. Como Raúl quiere ir probando la comida japonesa antes de su boda os dejo un enlace para los que, como él, queráis iniciaros en las recetas asiáticas.

Tataky de atún rojo pack-choy, judias verdes y salsa teriyaki.
Caballa soasada con hummus y ensalada de pepino y sésamo. El sabor de la caballa es peculiar pero una vez superado el mismo indicaros que nunca pensé en mezclarlo con los garbanzos. Y menos el hummus que es el caso. Sin embargo la unión de sabores es muy interesante aunque de gusto especial. A todos nos gustó si bien entreveo que de haberse reunido el grupo habitual habrían surgido voces disonantes en su valoración.
Caballa soasada con hummus y ensalada de pepino y sésamo.
Falda de ternera frisona (fuera de carta). Si bien es cierto que lo pagas en la opinión de todos el mejor plato de la noche. La carne de raza frisona se caracteriza por un color rojo cereza y pequeñas vetas de grasa exterior de tonos blancos y lechosos. Estas características las pudimos percibir en nuestro plato. Su sabor, de intensidad media, y la muy agradable textura mantequillosa hace que el plato sea muy recomendable incluso para los no muy carnívoros ya que la carne casi se deshace en boca. A algunos hasta le trajo ideas de criar una vaca en casa.

Y como todo estaba rico pues no nos resistimos a los postres. Las dudas iniciales, totalmente olvidadas, nos llevaron a agotar la carta.
Falda de ternera frisona.
Cheescake con mermelada de frutos rojos. Sabrosa, amable, solo queda desmerecida por el resto de posibilidades para el postre y por lo ya muy conocido de su sabor.
Cheescake con mermelada de frutos rojos.
Chocotorta con crema montada de café. Aunque las opiniones en la mesa no fueron categóricas no nos equivocamos al recomendar explícitamente este postre si solo puedes disfrutar de uno. Las reminiscencias de chocolate en su mezcla con el café recuerdan en la boca un dulce bocado de capuccino.
Chocotorta con crema montada de café.
Cremoso de chocolate blanco, maracuyá y pistachos. Bocado refrescante por la maracuyá cuya presencia supera ampliamente el leve toque dulce del chocolate blanco. El pistacho, presentado en esquirlas, condimenta únicamente los primeros bocados.
Cremoso de chocolate blanco, maracuyá y pistachos.
Queso viejo de oveja con miel. Hacía tiempo que no degustábamos un queso en el postre y no nos equivocamos al elegir. En boca trae recuerdos a otros quesos fragantes como el Stilton aunque con ausencia de regusto algo salado de este. Sin poder identificar el queso de cabra en particular resaltar su sabor a queso viejo y el leve picor que sentimos en la punta de la lengua aunque amortiguado por la presencia de la miel.
Queso viejo de oveja con miel.
Acabó la cena y volvimos a la calle. Risueños y agradecidos por la cena, comentamos las bromas y las bombas que dominaron la conversación. Si bien la noche no invitaba, y la carta no te dice casi nada, la historia de la Mamarracha es como la historia del barrio en que se aloja. Una vez que la has conocido sabes que tu vida volverá a transcurrir entre sus paredes, estrechas en la calle Hernando Colón, pero amplia de sabores en nuestra boca. Volveremos y “abrasaremos” a este local entre nuestros preferidos como nos solicitaban los amables camareros en su camiseta rotulada.
Limoncello con menta para terminar.

Restaurante Mamarracha
Calle Hernando Colon 1 y 3.

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